La Generación Z sacude a Marruecos: un espejo para América Latina

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Por: Dafnys Guzmán B. | Bolivia.

En los últimos días, Marruecos ha sido escenario de una ola de protestas inédita: miles de jóvenes de la llamada Generación Z, de entre 15 y 30 años, han tomado las calles bajo el lema GenZ 212. Su reclamo es directo: hospitales y escuelas dignas antes que estadios y megaproyectos.

Las manifestaciones, convocadas casi en su totalidad a través de TikTok, Discord e Instagram, no responden a partidos políticos ni a sindicatos tradicionales. Se trata de un movimiento sin líderes formales, descentralizado y profundamente digital, que coloca en el centro temas universales: acceso a la salud, educación de calidad, empleo para jóvenes, justicia social y transparencia estatal.

Aunque la Constitución marroquí reconoce la libertad de expresión y manifestación, la respuesta oficial ha sido dura: detenciones y uso de la fuerza. Este choque revela una fractura entre las promesas institucionales y las condiciones reales de vida, un vacío que erosiona la legitimidad de los gobiernos cuando no logran responder a las necesidades más básicas.

Robert Dahl advertía que la democracia no se sostiene únicamente en instituciones escritas, sino en la posibilidad efectiva de los ciudadanos de incidir en las decisiones colectivas. La irrupción de la juventud marroquí confirma que, cuando los canales formales resultan insuficientes, las calles y las redes sociales se convierten en plataformas alternativas de participación política.

Más allá de Marruecos, el eco de esta movilización se extiende hacia América Latina. La región comparte con los jóvenes marroquíes problemas estructurales: desempleo juvenil, precariedad de servicios públicos, desigualdad territorial e inflación. La Generación Z latinoamericana, también hiperconectada y menos dependiente de intermediarios políticos, encuentra en estos ejemplos una referencia que podría detonar nuevas dinámicas de protesta.

El caso marroquí funciona como un espejo: muestra el poder de una juventud que no teme cuestionar al sistema, pero también alerta sobre los riesgos de respuestas estatales represivas que podrían escalar el descontento.

La lección es clara: si las instituciones no escuchan, los jóvenes hablarán más fuerte. Lo que comenzó en Rabat o Casablanca podría muy bien encontrar eco en Ciudad de México, Bogotá o Buenos Aires.

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